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Enrique Arnal, pintor de recuerdos y soledades | Enrique Arnal, painter of memories and loneliness

1/14/2022

 
Por Víctor Montoya (La Paz, 1958). Escritor, periodista cultural y pedagogo boliviano. Obtuvo varios premios y becas literarias. Sus cuentos han sido traducidos y publicados en antologías de todo el mundo. Actualmente escribe para publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.​
(Texto original)
By Victor Montoya (La Paz, 1958). Bolivian writer, cultural journalist and pedagogue. He obtained several literary awards and scholarships. His stories have been translated and published in anthologies around the world. He currently writes for publications in Latin America, Europe and the United States.
(Translated text)
El artista plástico Enrique Arnal Velasco nació en el centro minero de Catavi, al norte del departamento de Potosí, el 19 de marzo de 1932. Su padre Luis trabajó como jefe de contabilidad en la planta administrativa de la “Patiño Mines”, donde el niño Enrique descubrió su vocación de pintor de la mano de su madre Emma, quien también trazaba líneas y coloreaba imágenes en sus tiempos libres.
 
Si nos referimos a Enrique Arnal es porque la mayoría de los pobladores cataveños desconocen su existencia y su invalorable aporte a las artes plásticas del país y el mundo. En consecuencia, es necesario que se lo conozca y reconozca en la tierra que lo vio nacer, ya que fue una estrella que brilló, con méritos y luz propia, en la constelación de los artistas que dedicaron su vida a la creación de obras que, además de formar parte del patrimonio cultural de un valeroso pueblo, son la caja de resonancia de su fuero interno, irradiándose a través de formas y colores distribuidos armónicamente en los lienzos cual si fuesen discos cromáticos encajados en un gigante caleidoscopio. 
 
Enrique Arnal, acostumbrado a los torbellinos de polvo y los gélidos silbidos del viento, reflejó en sus obras pictóricas sus vivencias de infancia, que dejaron imborrables huellas en su memoria de niño nacido entre los cerros agrestes y mineralizados del altiplano, donde aprendió a gatear y dar sus primeros pasos, cayéndose sobre el tupido césped de uno de los chalets situados cercas de la Casa Gerencia, sede de la poderosa “Patiño Mines & Interprises Consolidated (Inc.)”, que por entonces era la mayor proveedora de estaño del mundo y el centro neurálgico de la economía nacional.
 
Quienes lo conocieron en persona, lo describen como un “hombre de vigoroso físico, tímido y reservado, determinado, determinante y de opiniones lapidarias”. Nunca admitió que el arte estuviese controlado por los sistemas de poder, tampoco se vinculó a ninguna corriente ideológica ni partido político, pero siempre tuvo presente su compromiso con los más necesitados y marginados de la sociedad, quizás, debido a la vieja amistad que mantuvo con Marcelo Quiroga Santa Cruz, a quien conoció en el Instituto Americano de La Paz.
 
Enrique Arnal tuvo una infancia feliz; digo “feliz”, porque supongo que su familia llevaba una vida sin premuras cotidianas ni preocupaciones económicas. Incluso poseían cámaras fotográficas y filmadoras, en una época en que las familias mineras no tenían ni la salud completa y hacían todo lo imposible para sobrevivir a la miseria a la que fueron sometidas por el sistema de explotación capitalista. 
 
Una vez que concluyó sus estudios secundarios, decidió dedicarse a las artes plásticas en la que fue un auténtico autodidacta, pero con una vocación natural para el dibujo, el grabado y la pintura, en la que destacó como uno de los mejores artistas plásticos de su época. Así fue que, tras doce años de actividad dedicada íntegramente a la creación pictórica, obtuvo una beca de la Fundación Simón I. Patiño, que le permitió estudiar en París entre 1966 y 1967. Más tarde, obtuvo otra beca del Programa Fulbright para realizar estudios en Virginia, EE.UU.
 
Enrique Arnal, lejos de los compromisos políticos y sociales de la revolución nacionalista de 1952, desarrolló su obra en la soledad y en series temáticas, que proyectaban su mundo interno, sus experiencias oníricas y su inquietud por crear una pintura con estética introspectiva y estilo personal, aunque en una parte de su producción se nota una marcada influencia del cubismo, sobre todo, en su representación del mundo pétreo del altiplano y otras temáticas nacionales.
 
Desde 1954, año en que tuvo su primera exposición individual en el Cuzco, Perú, a sus 22 años de edad, exhibió sus obras en diferentes ciudades sudamericanas, Estados Unidos y Europa. Participó en numerosas exposiciones colectivas, eventos y concursos nacionales e internacionales. Fue el tercer artista en ser galardonado con el Gran Premio “Pedro Domingo Murillo” en 1955. Desde entonces, se hizo merecedor de numerosos galardones en mérito a la gran calidad de sus pinturas hechas con fuerza expresiva y sentido ético.
 
Enrique Arnal era un hombre de carácter solitario y meditabundo. Algunos de sus colegas lo consideraban “el pintor del silencio y de la soledad del hombre, tanto andino como universal”. Podía estar días enteros recluido en su estudio, sin otra compañía que la música clásica y obsesionado en convertir sus ideas en obras de arte, vinculadas a una vida espiritual y temperamento creativo. Su soledad de artista fue confirmada por su hijo Matías Arnal, quien, en una entrevista, manifestó: “Tengo tantos recuerdos de mi padre, desde mi primera memoria siempre en su estudio, cuando vivíamos en Bolivia, quedaba en el altillo de nuestra casa y él con su pincel y con música clásica. Él armaba un hermoso entorno. Tenía paz y armonía, y se dedicaba plenamente al arte”.
 
El artista agrupó sus obras en series temáticas, que iban desde la figura humana solitaria hasta los animales domésticos y silvestres, pasando por los paisajes sintéticos y pueblos pétreos, como todo artista interesado en universalizar lo local, lo cotidiano y lo vivencial. En sus cuadros no están ausentes las montañas andinas, la tragedia de los mineros, la naturaleza muerta, los bodegones, la represión política y otros que formaban parte del mundo de su memoria, como cuando realizó una serie de pinturas testimoniales de la época en que fue perseguido y preso político, en las que plasmó las sesiones de interrogatorios y atropellos a la dignidad humana, que tenían lugar en las mazmorras de la dictadura militar de los años 70.
 
Hubo varios períodos en su vida en los que realizó pinturas representando la figura humana (hombres y mujeres, en algunos casos desnudos), armado con una paleta cromática, donde predominaban los colores oscuros interrumpidos por tonos vivos y contrastantes, negando así cualquier componente figurativo, folklórico, y abandonándose libremente a las figuras geométricas, su articulación y relación dentro de la composición.
 
Su honda sensibilidad lo llevó a pintar una serie inspirada en el “aparapita”, ese cargador de los mercados de abasto de las ciudades que, con el lazo o mantón al hombro y su indumentaria de ser marginal, quedó retratado, de  cuerpo entero y el rostro velado, en los cuadros pintados al óleo sobre lienzo, donde predominan pocos pero efectivos colores, como son los matices oscuros, los tonos tierra acompañados de grises y negros, que parecen haber sido elegidos de manera consciente para ajustarse a la lóbrega realidad del “aparapita”.
 
Una de las pasiones de Enrique Arnal fue pintar animales: toros, caballos, gallos, perros, bisontes y, sobre todo, cóndores, inspirado en los recuerdos de su infancia, un periodo de su vida en que tuvo un contacto directo con el ganado vacuno y caballar, los asnos y las mulas, animales que eran empleados en el transporte del mineral. En una de las fotografías del álbum familiar, captada en blanco y negro en el patio de una de las viviendas que ocupaban los técnicos de la “Patiño Mines”, se lo ve posando entre dos terneros y al lado del Cóndor Martín. En otras fotografías se lo ve disfrazado de vaquero y montado en el caballo que le regaló su padre. Por lo tanto, no es casual que, a mediados de la década de 1970, se hubiese dedicado a pintar una serie de cóndores, con una explosión de colores que dignifican la majestuosidad de esa mítica ave, que es uno de los símbolos patrios y el que mejor representa a los pobladores de la Cordillera de los Andes.
 
La fascinación por el ave de carroña, longeva y de gran envergadura cuando está con las alas desplegadas, estaba vinculada a sus vivencias de niñez, cuando conoció y acarició a un cóndor que sobrevolaba por las poblaciones mineras del norte de Potosí, y que los mineros lo bautizaron con el nombre de Cóndor Martín, que cumplía con la función de mensajero de la Empresa Minera, cuyos administradores, a modo de pagarle por sus servicios, determinaron darle una ración diaria de carne en la “pulpería”. El Cóndor Martín, que lo impactó decisivamente en su infancia, fue el que inspiró esa serie de aves, de plumaje negro-azabache y pico terminado en gancho, que se aprecian en sus magistrales cuadros que actualmente están dispersos en instituciones culturales y colecciones privadas.
 
Huelga informarle al lector que la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, en el número 20 de su “Serie de Literatura Minera”, publicó el folleto “El Cóndor Martín” (2021); un compendió realizado por el Escritor Víctor Montoya. El folleto contiene textos escritos por seis autores en torno al ave que sobrevoló por los azulinos cielos de las poblaciones mineras, dejando una estela de historias que, ampliadas en mayor o menor grado con episodios imaginativos, fueron convertidas en una suerte de leyendas y relatos fantásticos. Los textos, como no podía ser de otra manera, fueron ilustrados con las magníficas pinturas de Enrique Arnal.
 
Es evidente que los recuerdos de su infancia marcaron la temática de su obra hecha a grandes brochazos, porque junto a los paisajes del entorno andino y los animales que lo sedujeron en sus primeros años, está el mundo minero con su energía mítica y telúrica. Se trata de una serie de obras pintadas con gran sensibilidad y visión muy particular, que él denominó “Mitología Minera”, con oscuros socavones, aislados de la superficie expuesta a luz del sol, donde los obreros trabajaban en condiciones infrahumanas, peleándose con las rocas de la montaña, que escondía en sus entrañas los yacimientos de estaño y se tragaba la vida de los mineros para que unos pocos se hagan millonarios y vivan a cuerpo de rey.
 
No cabe duda de que Enrique Arnal reprodujo, en gran parte de su obra pictórica, los sucesos que le impactaron mientras crecía en el centro minero de Catavi. Por eso mismo, en varios de ellos, los paisajes, unos abstractos y otros más realistas, corresponden a ese entorno geográfico, donde pasó los primeros ocho años de su niñez, contemplando la realidad social y la tragedia humana. No en vano en los años de 1980, tras una larga ausencia del país, pintó la serie denominada “Mitología Minera”, que condensan los recuerdos que marcaron su pasado, ya que en las galerías de su memoria se mantuvieron intactos los rasgos físicos de los obreros y los socavones que conoció de la mano de su padre.
 
En el centro minero de Catavi, el artista tuvo una infancia llena de gratos momentos y travesuras inolvidables, que compartió con su mejor amigo Cirilo, hijo de un trabajador minero, con quien osaba aventuras como eso de colgarse de los vagones de los andariveles que transportaban la granza de la planta de concentración de mineral, a través de maromas tendidas de un punto a otro, hacía los denominados “desmontes”, donde Enrique Arnal y su amigo, lejos del control de los padres, jugaban ensuciándose las ropas con el polvo y la “copajira” de los relaves.   
 
Enrique Arnal se desempeñó también como gestor cultural del arte. Creó la Galería “Arca”, que estuvo activa en la ciudad de La Paz, entre 1968 y 1970. Posteriormente, gestionó con Mario Mercado Vaca Guzmán la creación de la Galería de Arte EMUSA en 1974, un espacio donde podía exhibirse obras de manera profesional y permitía realizar otras actividades artísticas y culturales.
 
Ejerció como docente en la Carrera de Artes Plásticas de la Universidad Mayor de San Andrés, de 1978 a 1980, dos años en los que muchos estudiantes se beneficiaron de la experiencia y la capacidad didáctica del maestro Enrique Arnal. Además, uno de sus importantes aportes fue la obra de investigación “Breve diccionario biográfico de pintores bolivianos contemporáneos” (La Paz, 1986), que contó con la colaboración de Silvia Arze y fue editado por INBO; un compendio en el cual se reunió información sobre los pintores bolivianos del siglo XX.
 
Enrique Arnal, que también se desempeñó como Director del Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI) y cumplió funciones diplomáticas como Agregado Cultural (Ad-honoren) de las embajadas de Bolivia en México y Francia, fue uno de los artistas más importantes de la plástica nacional contemporánea y un cataveño que aportó muchísimo al arte nacional, tanto como lo hicieron otros artistas nortepotosinos, como Miguel Alandia Pantoja (Llallagua, 1914 – Lima, Perú, 1975), Benedicto Aiza Álvarez (Uncía, 1952 – La Paz, 2009), Mario Vargas Cuellar (Catavi, 1942), Marcelo Mamani Coca (Catavi, 1959) y Zenón Sansuste Zapata (Catavi, 1962), entre otros.
 
Enrique Arnal Velasco vivió aferrado a los recuerdos atesorados desde la infancia, hasta el día en que falleció, tras una larga enfermedad, en la ciudad de Washington, DC., lejos de su tierra natal, el 10 de abril de 2016. Desde luego que su muerte nos privó de un artista plástico de enorme potencialidad, quien supo plasmar su ingenio creativo en obras imperecederas para el patrimonio cultural de la nación boliviana y el mundo entero. No obstante, estamos seguros de que, en su tránsito por los senderos de la muerte, Catavi seguirá siendo la cuna de su nacimiento, el territorio donde transcurrió su infancia y el centro minero que inspiró su obra pictórica que, en medio de un torbellino de pinturas, paletas, pinceles, rodillos y espátulas, fundió el imaginario popular y las experiencias personales con sus nobles sentimientos hechos de pura sensibilidad e inconmensurable fuerza creativa.​
The plastic artist Enrique Arnal Velasco was born in the mining center of Catavi, north of the department of Potosí, on March 19, 1932. His father Luis worked as head of accounting in the administrative plant of the “Patiño Mines”, where the boy Enrique discovered his vocation as a painter from the hand of his mother Emma, ​​who also drew lines and colored images in her free time.

If we refer to Enrique Arnal, it is because the majority of the Cataveño inhabitants are unaware of his existence and his invaluable contribution to the plastic arts of the country and the world. Consequently, it is necessary that he be known and recognized in the land where he was born, since he was a star that shone, with merits and light of its own, in the constellation of artists who dedicated their lives to the creation of works that, In addition to being part of the cultural heritage of a courageous people, they are the resonance box of its internal forum, radiating through shapes and colors harmoniously distributed on the canvases as if they were chromatic discs embedded in a giant kaleidoscope.

Enrique Arnal, accustomed to the whirlwinds of dust and the icy whistles of the wind, reflected in his pictorial works his childhood experiences, which left indelible marks on his memory as a child born among the rugged and mineralized hills of the altiplano, where he learned to crawl and take its first steps, falling on the dense grass of one of the chalets located near the Casa Gerencia, headquarters of the powerful “Patiño Mines & Interprises Consolidated (Inc.)”, which at that time was the largest supplier of tin in the world and the nerve center of the national economy.

Those who knew him in person describe him as a "man of vigorous physique, shy and reserved, determined, decisive and of lapidary opinions." He never admitted that art was controlled by power systems, nor was he linked to any ideological current or political party, but he always kept in mind his commitment to the most needy and marginalized in society, perhaps due to the old friendship he maintained with Marcelo Quiroga Santa Cruz, whom he met at the American Institute of La Paz.

Enrique Arnal had a happy childhood; I say "happy", because I suppose that his family led a life without daily haste or financial worries. They even owned cameras and camcorders, at a time when mining families did not even have complete health and did everything possible to survive the misery to which they were subjected by the capitalist exploitation system.

Once he finished his secondary studies, he decided to dedicate himself to the plastic arts in which he was a true self-taught, but with a natural vocation for drawing, engraving and painting, in which he stood out as one of the best plastic artists of his life. epoch. Thus it was that, after twelve years of activity devoted entirely to pictorial creation, he obtained a grant from the Simón I. Patiño Foundation, which allowed him to study in Paris between 1966 and 1967. Later, he obtained another grant from the Fulbright Program to study in Virginia, USA

Enrique Arnal, far from the political and social commitments of the 1952 nationalist revolution, developed his work in solitude and in thematic series, which projected his internal world, his dream experiences and his concern to create a painting with introspective aesthetics and personal style. , although in a part of his production there is a marked influence of cubism, especially in his representation of the stone world of the highlands and other national themes.

Since 1954, the year he had his first solo exhibition of him in Cuzco, Peru, at 22 years of age, he exhibited his works in different South American cities, the United States and Europe. He participated in numerous group exhibitions, events and national and international competitions. He was the third artist to be awarded the “Pedro Domingo Murillo” Grand Prize in 1955. Since then, he has won numerous awards in merit of the high quality of his paintings made with expressive force and an ethical sense.

Enrique Arnal was a man of solitary and thoughtful character. Some of his colleagues considered him "the painter of silence and solitude of man, both Andean and universal." He could spend whole days confined in his studio, with no other company than classical music and obsessed with turning his ideas into works of art, linked to a spiritual life and creative temperament. His loneliness as an artist was confirmed by his son Matías Arnal, who, in an interview, stated: “I have so many memories of my father, from my first memory always in his studio, when we lived in Bolivia, he stayed in the attic of our house and him with his brush and classical music. He put together a beautiful environment. He had peace and harmony, and was fully dedicated to art."

The artist grouped his works into thematic series, ranging from the solitary human figure to domestic and wild animals, passing through synthetic landscapes and stone towns, like any artist interested in universalizing the local, the everyday and the experiential. In his paintings, the Andean mountains, the tragedy of the miners, still life, still lifes, political repression and others that were part of the world of his memory are not absent, such as when he made a series of testimonial paintings of the time in which He was persecuted and a political prisoner, in which he reflected the interrogation sessions and abuses of human dignity, which took place in the dungeons of the military dictatorship of the 70s.

There were several periods in his life in which he made paintings representing the human figure (men and women, in some cases naked), armed with a chromatic palette, where dark colors interrupted by bright and contrasting tones predominated, thus denying any figurative component, folkloric, and freely abandoning himself to geometric figures, their articulation and relationship within the composition.

His deep sensitivity led him to paint a series inspired by the "aparapita", that porter of the supply markets of the cities who, with the bow or shawl on his shoulder and his marginal clothing, was portrayed, full body and the veiled face, in the paintings painted in oil on canvas, where few but effective colors predominate, such as dark nuances, earth tones accompanied by grays and blacks, which seem to have been consciously chosen to adjust to the gloomy reality of "aparapita."

One of Enrique Arnal's passions was painting animals: bulls, horses, roosters, dogs, bison and, above all, condors, inspired by the memories of his childhood, a period of his life in which he had direct contact with cattle. and horses, donkeys and mules, animals that were used to transport the mineral. In one of the photographs in the family album, captured in black and white in the courtyard of one of the houses occupied by the “Patiño Mines” technicians, he is seen posing between two calves and next to the Cóndor Martín. In other photographs, he is seen dressed as a cowboy and riding the horse that his father gave him. Therefore, it is not by chance that, in the mid-1970s, he had dedicated himself to painting a series of condors, with an explosion of colors that dignify the majesty of that mythical bird, which is one of the national symbols and the that best represents the inhabitants of the Andes Mountains.

The fascination for the carrion bird, long-lived and large when it is with outstretched wings, was linked to his childhood experiences, when he met and caressed a condor that flew over the mining towns of northern Potosí, and that the miners They baptized him with the name of Cóndor Martín, who fulfilled the function of messenger of the Mining Company, whose administrators, by way of paying him for his services, determined to give him a daily ration of meat in the “grocery store”. The Cóndor Martín, who had a decisive impact on him in his childhood, was the one that inspired this series of birds, with jet-black plumage and hooked beak, which can be seen in his masterful paintings that are currently dispersed in cultural institutions and private collections.

Needless to inform the reader that the Regional Catavi of the COMIBOL National Mining Historical Archive, in number 20 of its "Mining Literature Series", published the brochure "El Cóndor Martín" (2021); a compendium made by the Writer Víctor Montoya. The brochure contains texts written by six authors about the bird that flew over the blue skies of the mining towns, leaving a trail of stories that, expanded to a greater or lesser degree with imaginative episodes, were turned into a kind of legends and fantastic stories . The texts, how could it be otherwise, were illustrated with the magnificent paintings of Enrique Arnal.

It is evident that the memories of his childhood marked the theme of his work done with large strokes, because next to the landscapes of the Andean environment and the animals that seduced him in his early years, there is the mining world with its mythical and telluric energy. It is a series of works painted with great sensitivity and very particular vision, which he called "Mining Mythology", with dark holes, isolated from the surface exposed to sunlight, where the workers worked in subhuman conditions, fighting with the rocks of the mountain, which hid in its entrails the tin deposits and swallowed the lives of the miners so that a few would become millionaires and live like a king.


There is no doubt that Enrique Arnal reproduced, in a large part of his pictorial work, the events that impacted him while he was growing up in the mining center of Catavi. For this reason, in several of them, his landscapes, some abstract and others more realistic, correspond to that geographical environment, where he spent the first eight years of his childhood, contemplating social reality and human tragedy. Not in vain in the 1980s, after a long absence from the country, he painted the series called "Mining Mythology", which condenses the memories that marked his past, since in the galleries of his memory the physical features of the workers and the tunnels that he knew from the hand of his father.

In the mining center of Catavi, the artist had a childhood full of pleasant moments and unforgettable antics, which he shared with his best friend Cirilo, the son of a mining worker, with whom he dared adventures such as hanging from the wagons of the lifts that they transported. the pellets from the mineral concentration plant, through ropes stretched from one point to another, made the so-called “clearings”, where Enrique Arnal and his friend, far from the control of their parents, played, dirtying their clothes with dust and the “copajira” of the tailings.

Enrique Arnal also worked as a cultural manager of art. He created the “Arca” Gallery, which was active in the city of La Paz between 1968 and 1970. Later, he managed with Mario Mercado Vaca Guzmán the creation of the EMUSA Art Gallery in 1974, a space where works could be exhibited professionally and it allowed to carry out other artistic and cultural activities.

He served as a teacher in the Plastic Arts Degree at the Universidad Mayor de San Andrés, from 1978 to 1980, two years in which many students benefited from the experience and teaching capacity of the teacher Enrique Arnal. Furthermore, one of his important contributions was the research work “Brief biographical dictionary of contemporary Bolivian painters” (La Paz, 1986), which had the collaboration of Silvia Arze and was edited by INBO; a compendium in which information about the Bolivian painters of the 20th century was gathered.

Enrique Arnal, who also served as Director of the Latin American Institute of International Relations (ILARI) and fulfilled diplomatic functions as Cultural Attaché (Ad-honoren) of the Bolivian embassies in Mexico and France, was one of the most important artists of the plastic arts. national contemporary and a Cataveño who contributed a lot to national art, as well as other North Potosino artists, such as Miguel Alandia Pantoja (Llallagua, 1914 - Lima, Peru, 1975), Benedicto Aiza Álvarez (Uncía, 1952 - La Paz, 2009), Mario Vargas Cuellar (Catavi, 1942), Marcelo Mamani Coca (Catavi, 1959) and Zenón Sansuste Zapata (Catavi, 1962), among others.

Enrique Arnal Velasco lived clinging to treasured memories from childhood, until the day he died, after a long illness, in the city of Washington, DC, far from his homeland, on April 10, 2016. Of course, his death deprived us of a plastic artist of enormous potential, who knew how to translate his creative ingenuity into imperishable works for the cultural heritage of the Bolivian nation and the entire world. However, we are sure that, in his transit through the paths of death, Catavi will continue to be the cradle of his birth, the territory where he spent his childhood and the mining center that inspired his pictorial work that, in the midst of a whirlwind of paints, palettes, brushes, rollers and spatulas, he fused popular imagination and personal experiences with his noble feelings made of pure sensitivity and immeasurable creative force.
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